Impacto positivo

Uno de los aspectos que más nos gustó de la visita al AIC fue la calidez con la que nos recibieron y la intención clara de que comprendiéramos profundamente su cultura. Cada concepto o término que utilizaban era explicado con paciencia y respeto, lo que nos permitió no solo entender mejor su organización, sino también acercarnos a su cosmovisión y sus valores comunitarios.

Nos impactó profundamente descubrir que el AIC no se limita únicamente a gestionar recursos o liderar procesos administrativos. Su papel va mucho más allá: es un eje articulador del pensamiento colectivo, la defensa del territorio, la preservación de los saberes ancestrales y la lucha por los derechos de los pueblos indígenas. Representa una forma distinta —y muchas veces invisibilizada— de hacer gobernanza, de ejercer la salud, la justicia y el desarrollo social desde una lógica comunitaria.

Gracias a esta experiencia, también logramos romper algunos paradigmas administrativos y académicos que solemos tener naturalizados. En el entorno universitario, frecuentemente se prioriza la eficiencia, la productividad y la calidad técnica, dejando en segundo plano el bienestar social. En contraste, el AIC nos mostró que es posible construir una organización centrada en el beneficio colectivo, donde los procesos se guían por el respeto, la identidad cultural y el sentido de comunidad.

Por último, algo que nos dejó una huella especial fue su firme resistencia y compromiso por preservar su cultura. A pesar de los desafíos externos y de las exigencias del mundo moderno, mantienen viva una estructura organizativa que refleja sus raíces y continúa fortaleciéndose desde lo ancestral, lo político y lo humano.

Esta visita no solo amplió nuestra visión sobre el diseño organizacional, sino también sobre el verdadero impacto que puede tener una organización cuando actúa en coherencia con su cultura y su gente.